Por fin Ecuador
POR FIN ECUADOR
Efectivamente, después de intentar ajustar las fechas con mi
hija, finalmente nos pusimos de acuerdo sobre cuando encontrarnos en Ecuador.
Alba quería una bicicleta, que parecía eran mucho más baratas en Colombia, como
efectivamente así fue – prácticamente el doble-, pero una vez tenía la
bicicleta llevarla en avión o enviarla con un transportista me salía más cara
que comprada en Ecuador.
Por tanto, la decisión fue ir en bus para poder llevar la
bicicleta. Los bolivariano son bastante cómodos y por tanto esa fue la opción
que tomé. Un inicio de viaje no exento de adrenalina, dado que cuando faltaban
unos 45 minutos para salir y ya estaba en el terminal del Salitre me di cuenta
que no llevaba ni pasaporte ni billete, lo que supuso un maratón para volver a
la casa, recogerlo y volver al terminal, con caída incluida. Ya instalado en el
bus, Bogotá a Ipiales 24 horas, allí un taxi colombiano hasta la frontera, otro
ecuatoriano hasta el terminal de transporte de Tucán y 6 horas más hasta Quito.
Dado que había mucha cola en la frontera de Colombia y como estría pocos días decidí no pasar a sellar el pasaporte, lo que provoco mi primer incidente en el primer retén policial camino de Quito, que finalmente se solucionó “para que no me llevara una mala imagen de la policía ecuatoriana”.
Dado que había mucha cola en la frontera de Colombia y como estría pocos días decidí no pasar a sellar el pasaporte, lo que provoco mi primer incidente en el primer retén policial camino de Quito, que finalmente se solucionó “para que no me llevara una mala imagen de la policía ecuatoriana”.
Finalmente llegue a Quito, un viaje que se había iniciado el
10 de Julio sobre las 9 de la mañana culmino en la puerta de unas conocidas de
Alba sobre las 15,30 del miércoles 11 de Julio. Toco esperar tomando un jugo al
que me invitaron a modo de bienvenida en el bar de la esquina antes de que
llegara la inquilina de la casa, que tardo unos minutos.
Un poco más tarde Alba que llegaba de trabajar en Mindo y a la que no veía desde su ultimo viaje a Barcelona en septiembre pasado.
Un poco más tarde Alba que llegaba de trabajar en Mindo y a la que no veía desde su ultimo viaje a Barcelona en septiembre pasado.
Abrazos y besos de reencuentro antes de tomar posesión de la
habitación, pasar por la ducha y salir caminando y hablando largo y tendido,
primero por el barrio, donde hay una plaza de comidas al aire libre,
especialmente despojos, y después por el centro de Quito donde comimos algo
antes de regresar a la casa.
En la mañana después de unas tortas de maíz y de trigo con
chocolate nos dirigimos al lugar por donde teóricamente pasa la línea
ecuatorial. Y digo teóricamente porque al llegar lo primero que te encuentras
son ofertas para ir a la verdadera mitad del mundo, coronada por estatua de
Guayasamín y un par de excursiones complementarias a la boca de un cráter
habitado y a unas ruinas incas. En parte Alba tenía razón, la mitad del mundo a
la que fuimos, la oficial, es un pequeño parque temático lleno de tiendas y
donde te puedes sentar en la raya pintada en el suelo del Ecuador. Pero, ¿quién
no va?, estando tan cerca.
Desde ahí tomamos un bus que nos dejó en un populoso y
popular mercado en el sur de la ciudad, que como en casi todas las ciudades el
sur existe y es donde habitan lo pobres y desde allí bajamos caminando y
recorriendo diferentes barrios de nuevo hasta el centro de la ciudad que
recorrimos sistemáticamente, con todas sus subidas y bajadas, caminando por
plazas e iglesias, comiendo en un mercado y visitando algunos mercadillos
artesanales. A una hora prudente regresamos a recoger las bolsas que habíamos
dejado convenientemente preparadas, pues el plan era ir a Cuenca en plana
sierra ecuatoriana y a unas 8 horas de Quito.
Nos acercamos al terminal del Sur, que era el más indicado para salir hacia Cuenca, preciosa ciudad, que además de su belleza y su entorno, reúne la característica de llamarse como la tierra de mis padres, y curiosamente en el recorrido por la ciudad encontramos personajes ilustres con el apellido Crespo.
Nos acercamos al terminal del Sur, que era el más indicado para salir hacia Cuenca, preciosa ciudad, que además de su belleza y su entorno, reúne la característica de llamarse como la tierra de mis padres, y curiosamente en el recorrido por la ciudad encontramos personajes ilustres con el apellido Crespo.
Como llegamos pronto por la mañana lo primero que hicimos es
buscar un hostal, desayunar y acercarnos a la plaza principal para apuntarnos a
un free tour, del que finalmente no participamos, dado que la mayoría eran
anglófonos y mientras esperábamos nos habíamos agenciado unos planos de la
ciudad que nos permitirían realizar el tour a nuestro ritmo.
Empezamos conociendo la ciudad por la Catedral y el
recorrido por la ruta francesa para seguir recorriendo sistemáticamente la
ciudad hasta llegar al rio, visitar mercados, barrios tradicionales y
mercadillos artesanales, optando ese día por una comida vegetariana, al gusto
de Alba, que también me gusto y en la tarde apuramos la visita por el resto de
la ciudad, unas ruinas indígenas y subimos hasta el mirador desde donde se
puede contemplar toda Cuenca.
Regresamos hacia el hostal y en ese mismo barrio, que era
muy céntrico, nos tomamos unas cervezas y aprovechamos para picar algo de cenar
antes de ir a dormir, no muy tarde, dado que al día siguiente íbamos al Parque
Nacional de Cajas, que ocupa un páramo cercano.
Salimos a la búsqueda de un desayuno, que finalmente fue en
la misma estación del bus y enseguida encontramos un bus hacia el páramo, donde
nos inscribimos al llegar y escogimos un sendero de unas 3,5 horas que se
convirtió en algo más gracias a un despiste en el camino.
Desde que llegue a latinoamérica tenía ganas de visitar un páramo,
me habían hablado de ellos dos amigos ex-guerrilleros y en un viaje anterior Jaime
Caicedo, Secretario General del PCC, con las excelencias ecológicas y
medioambientales que hacían de los mismos territorios a proteger.
Realmente es una experiencia que vale la pena, la cantidad
de lagunas del recorrido nos hicieron perder cuenta del número, los riachuelos
que atravesaban por todo, una vegetación propia de los 4000 metros de promedio
por donde caminamos, y una vegetación austera, pero espectacular, excepto en
algún bosque que atravesamos, sin arboles pero con la sensación todo el tiempo
que estábamos rodeados de agua, lo que podías contrastar por el barro negro de
casi todo el sendero y la sensación de caminar sobre una esponja si te salías
del mismo en algún momento, hacia evidente que el agua es vida y el paisaje era sorprendente, espectacular y con un punto de inquietante.
Hacia el mediodía llegamos al final del recorrido y tomamos
un autobús hasta regresar a Cuenca, donde rehicimos las maletas, comimos, paseamos
un rato más, tomamos una cerveza y nos encaminamos a la estación del bus para
regresar a Quito esa noche, que dormimos como lirones.
En Quito, una bonita ciudad, con un casco antiguo amplio y bien conservado, aprovechamos la mañana para visitar la casa museo
de Guayasamín, uno de los grandes artistas ecuatorianos que formo parte de esa
generación de intelectuales y artistas de izquierda que acompañaron la
revolución cubana y tanto aportaron a la cultura latinoamericana del siglo XX.
Lo que me pareció más curioso, además de la grandeza de su obra y su capacidad
de denuncia y reivindicación, es la idea de hacer una capilla del hombre, que
resulta sobrecogedora como el dolor que recogen los cuadros de la misma.
Curioso también que el taxista no supiera llegar al sitio.
A la salida fuimos al barrio donde había vivido Alba, y allí después de bajar multitud de escaleras paramos a comer un delicioso ceviche en un restaurante que ella conocía y desde el que se contempla la ciudad.
A la salida fuimos al barrio donde había vivido Alba, y allí después de bajar multitud de escaleras paramos a comer un delicioso ceviche en un restaurante que ella conocía y desde el que se contempla la ciudad.
Ya en la tarde volvimos a cargar la bicicleta y fuimos para
el terminal que nos dejaría en Mindo, pueblo donde vive y trabaja Alba. Bonito
valle, con un clima templado y plagado de turistas y extranjeros que han fijado
allí su residencia.
La ciudad es acogedora, pero lo verdaderamente espectacular
es el entorno. Después de dejar la bici para que la montaran y comprar algo
para cenar, cogimos un taxi para recorrer los algo más de tres Kilómetros que
nos separaban del hotel donde Alba ocupa una habitación. Cenamos y nos fuimos a
dormir.
A la mañana siguiente Alba tenía que trabajar, así que
siguiendo sus sugerencias decidí dar un paseo hasta las cascadas de Nambillo que
estaban situadas a unos 8 Km., casi todo en subida. Al llegar a la Tarabita que
atraviesa el barranco que da acceso a las cascadas, me comentaron que por usar
el camino alternativo me cobraban 5 $ igual que la Tarabita y decidí que lo
mejor era no subir, dado mi respeto por las alturas y seguir caminando buscando
otro acceso.
Un par de Km. más adelante llegué a una zona habitada, que
administraba una familia y regulaba el acceso al camino por el que se accedía a
la cascada. El itinerario hacia bueno el dicho de que lo importante es el
camino, pues fue un recorrido precioso entre la selva que unos 20 minutos después
llegaba a la cascada, que aun siendo un espacio bonito requería de más tiempo
para disfrutar sus piscinas.
Después de una breve charla con el monitor que se encargaba
de las actividades entorno a la cascada y que me enseñara un nido de colibrís tome
el camino de regreso. Al llegar me senté a tomar un agua y poner la camisa al
sol para secar el sudor conversando un rato con la persona que atendía el bar y
que negocio el precio de vuelta con el primer taxista que llego al lugar.
En Mindo había quedado con mi hija para ver la escuela donde
trabaja, inspirada en la pedagogía de Montessori y donde se encuentra muy bien.
El espacio se articula alrededor de un patio con césped que parece ser que también
articula la actividad escolar. Fuimos a comer en un restaurante propiedad de un
inglés, donde ella ha realizado alguna sustitución, y después de recoger la bicicleta
montada fuimos a la fábrica de chocolate de Mindo antes de tomar el bus de
regreso a Quito e iniciar el mismo camino de más de 30 horas hasta Bogotá, pero
con la satisfacción de haber compartido unos bellos días con mi hija.
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