Paseando por el Uraba
Aún no ha
pasado una semana de mi llegada a Bogotá, con el tiempo justo para ordenar las
cosas y empezar a planificar el “qué hacer”, (ver la “rúa” de inauguración del
festival de teatro iberoamericano, ir al teatro de la candelaria a ver
“Guadalupe años 50”, una magnífica obra teatral enmarcada en los llamados años
de la violencia y asistir al aniversario de Violeta, nieta de Betty), cuando ya
salimos en un moderno y cómodo autocar hacia Medellín ciudad de la que se habla
de su transformación desde el período de los carteles de la droga hasta hoy.
En la misma
terminal de autobuses tomamos otro bus que nos lleva hasta Apartadó donde nos
encontramos con Mónica y Robert, que llegaban de celebrar el aniversario de la comunidad de paz de San José de Apartadó. y con los que continuaremos estas geniales vacaciones por el golfo de Urabá a caballo entre el Choco y Antioquia. Son tierras que han vivido intensamente el conflicto armado y que hoy siguen en muchos casos bajo el control y acoso del paramilitarismo del que cuesta hablar con la población y cuando lo consigues la gente habla en voz baja.
que puede parecer sacado de cualquier ciudad costera africana, abarrotado de personas que quieren atravesar el golfo hacia la otra orilla y otras que te venden desde una bolsa, para que no se mojen las mochilas (¿presagio de lo que nos espera en la travesía?), hasta todo tipo comida para desayunar o matar el gusanillo. Después de más de una hora de retraso sobre el horario previsto subimos al Katamaran, consiguiendo sentarnos en el centro del mismo, evitando las primeras filas de sillas como nos habían recomendado.
Nos pusimos los salvavidas e iniciamos una larga y movida travesía
hasta llegar a San Pacho, un pequeño pueblo en el otro lado del golfo, que no tiene coches ni caminos que permitan la circulación de los mismos.
En la tarde habíamos quedado con Jairo, un viejito paisa que regenta el almacén del pueblito, muy concurrido por cierto y que fue uno de los primeros colonos que llegaron a este paradisíaco lugar hace 47 años y con el cual disfrutamos de una animada conversación a nuestro regreso de Triganá un pueblo a 40 minutos a pie, un poco más turístico, pero con una preciosa bahía de aguas tranquilas.
Desde ahí visitamos la playa del aguacate después de una complicada caminata
y el pueblo de Samsurro en un no menos complicado viaje en lancha que nos hizo dudar si al regreso cambiabamos los 10 minutos de navegación por dos horas de caminata, aunque finalmente se impuso la comodidad y el cansancio acumulado por la ida hasta la Miel, un pequeño pueblo Panameño con cientos de escaleras para llegar, una playa colapsada y una dutty free escasa, en definitiva, que no nos gusto.
Para finalizar el viaje, regresamos por Necoclí, después de más de hora y media de espera (y de empujones) sobre el horario previsto en el puerto de Capurganá.
Necoclí, un pueblo con buenas playas, donde comimos un excelente ceviche y con volcanes de lodo donde rebozamos nuestros cuerpos antes de iniciar el regreso a Medellín por carretera.
En Medellín, donde viven muchos familiares de Mónica dividimos el tiempo entre una rápida visita por un despoblado centro de la ciudad debido al viernes santo, donde resaltaban gran cantidad de habitantes de calle; un paseo en Metro y el metro cable que nos acercó a las comunas a vista de pájaro y el compartir una agradable tarde con la curiosa familia de Mónica entre cervezas, chicharrón, unas frustradas empanadas reconvertidas en papas con carne, wisky y aguardiente. El sábado en la mañana temprano regresamos al Dorado.
Company seguire con atención tus aventuras 👏😉✊
ResponderEliminarEstamos en contacto
ResponderEliminarBienvenido.
ResponderEliminarVivelo intensamente.
Maravilloso viaje..inolvidable, en compañía de los mejores amigos, gracias por escribir palmo a palmo lo vivido, me transporte!!
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